Lo que se nos narra en la Biblia encaja perfectamente con lo que conocemos por otras fuentes extrabíblicas.
La bajada de Jacob y sus hijos a Egipto coincide con las noticias de que algunos pueblos semitas se introdujeron hacia 1700 a.C. en Egipto. Estos pueblos, los hicsos, dominaron durante casi dos siglos el país, hasta que finalmente fueron expulsados.
Los hebreos y otros grupos semitas permanecieron en el delta del Nilo. Pero el hecho de que hubieran sido aliados o colaboradores de los hicsos y la necesidad de abundante mano de obra para las nuevas construcciones provocó que se dictasen medidas opresoras contra ellos y que fueran convertidos en esclavos. Aunque no lo sepamos con certeza, es posible que el faraón que inició la persecución fuera Seti I (1309-1290) y que en el reinado de su sucesor, Ramsés II (1290-1224), se produjera el éxodo.
En esa situación de opresión es perfectamente verosímil que los hebreos anhelasen la libertad perdida de su antigua vida seminómada. Cuando por fin surge el caudillo capaz de guiarlos, una serie de circunstancias providenciales, en las que era fácil descubrir la mano de Dios, hacen que el faraón les deje salir.
Es indiscutible que lo que constituye la parte esencial del Éxodo, la base de estas narraciones, son los hechos concretos y reales; si negamos la realidad histórica de estos hechos resulta incomprensible la historia posterior de Israel. Las narraciones del Éxodo mantienen una fidelidad sustancial a los acontecimientos realmente ocurridos.
Ahora bien, sobre la base de este núcleo histórico, al autor sagrado lo que le interesa es extraer el mensaje religioso que esos acontecimientos encierran en cuanto intervención de Yahveh. Por eso, con un tono épico, de epopeya religiosa, subraya y acentúa lo grandioso de las acciones de Dios. Para recalcar más la intervención de Dios el autor sagrado omite muchas veces los medios o causas segundas de que se ha servido. Por ejemplo, algunas plagas (ranas, mosquitos, langostas...) son relativamente normales y frecuentes en Egipto; no obstante, estos azotes debieron producirse en un grado nunca visto, de manera que manifestaban patentemente «la mano de Yahveh». Por lo demás, no se debe excluir que hayan existido intervenciones prodigiosas y maravillosas en sentido estricto.