La "estructura ideal" de la experiencia religiosa se caracterizaría según él por una intervención peculiar por parte del individuo, el cual es afectado e implicado en su centro y totalidad; poseer un carácter extraordinario que jalona decisivamente el curso biográfico; ser vivenciada, a la vez, como insuperablemente oscura y sumamente cierta; repercutir sobre todas las facultades y desencadenar fuertes reacciones afectivas, con sentimientos de paz, sosiego, sobrecogimiento y maravillamiento; tener un carácter peculiar: su fuente es el misterio y el individuo se descubre en actitud pasiva más que activa, de aceptación, recibimiento y reconocimiento del mismo, a la vez que supone una ruptura radical con la actitud que se tiene con respecto a los objetos del mundo (dominación, uso) y un carácter extático que supone modos nuevos de ejercitar las facultades.
Tener una actitud con carácter fundamentalmente oblativo y salvífico que supone una forma nueva de autorrealización; relacionarse con ritos, cultos, gestos, etc., religiosos, si bien en ellos no se hacen visibles, de manera inmediata, los elementos de la experiencia religiosa; darse en grados y niveles de perfección variables en cada tradición religiosa; en ocasiones, las experiencias y comportamientos aparecen compuestos de elementos de procedencia y calidad variados que imposibilitan decidir la autenticidad religiosa o su carácter mágico-supersticioso