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Oxford.- Mi primera escala cuando empecé a escribir este libro fue la Universidad de Oxford, donde entrevisté a Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, los dos investigadores de la Oxford Martin School que en 2013 prendieron una alarma a escala mundial cuando publicaron un estudio pronosticando que 47% de los empleos podría desaparecer en los próximos 15 o 20 años por la automatización. El estudio cayó como una bomba en el mundo académico y económico no tanto por su tesis, sino porque los dos investigadores habían acompañado su trabajo con un ranking de 702 ocupaciones y sus respectivas posibilidades de ser eliminadas en las próximas dos décadas. Era la primera vez en tiempos recientes que un trabajo académico cuantificaba el peligro de desaparición de cientos de empleos específicos, y su difusión hizo que muchos de quienes trabajamos en oficinas —abogados, contadores, médicos, banqueros, ejecutivos de empresas, periodistas, entre otros— descubriéramos que nuestros empleos corren el riesgo de desaparecer, total o parcialmente, en los siguientes años. El estudio de Frey y Osborne coincidió con varias noticias que auguraban una nueva revolución de la robótica y la inteligencia artificial que eliminaría decenas de millones de empleos de todo tipo. Casi al mismo tiempo, Google anunciaba que había comprado ocho compañías de robótica, incluida Boston Dynamics, la empresa de robots para uso militar como los monstruos metálicos Big Dog y Cheetah. Estas compras constituían “el mayor indicio hasta ahora de que Google intenta crear una nueva clase de sistemas autónomos [robots] que podrían hacer de todo, desde trabajos de carga hasta la entrega de paquetes y el cuidado de ancianos”, decía la noticia de The New York Times.1 Y, con pocas semanas de diferencia, la empresa consultora global McKinsey publicaba un extenso informe titulado Disrupción tecnológica, en el cual advertía que las nuevas tecnologías dejarían sin trabajo no sólo a millones de trabajadores manufactureros, sino también a entre 110 y 140 millones de oficinistas y profesionales para el año 2025.2 De pronto, muchos comenzaron a preguntarse: ¿estamos yendo hacia un mundo de desempleados? De ahí en adelante, los titulares se tornaron cada vez más dramáticos. “Forrester pronostica que la automatización impulsada por la inteligencia artificial eliminará 9% de los empleos en Estados Unidos en 2018”, decía un titular de la revista Forbes. “La automatización podría desaparecer 73 millones de empleos estadounidenses para 2030”, afirmaba otro titular del diario USA Today. “Los robots destruirán nuestros trabajos y no estamos preparados para ello”, auguraba el periódico británico The Guardian. FREY: UN ESCÉPTICO DEL TECNOOPTIMISMO Lo primero que me llamó la atención cuando llegué a Oxford, una ciudad universitaria a una hora de viaje en tren desde Londres, fue la disparidad entre las investigaciones futurísticas de Frey y Osborne, y el entorno medieval en el que las estaban llevando a cabo. Oxford es una ciudad de monasterios del siglo XII que se salvó de ser destruida en la Segunda Guerra Mundial porque Adolph Hitler quería convertirla en la capital británica si ganaba la guerra y había ordenado a su fuerza aérea no bombardearla. En el siglo XIV muchos de sus monasterios ya se habían convertido en universidades. Actualmente la ciudad cuenta con 38 instituciones de educación superior, vinculadas mediante una especie de federación académica llamada Universidad de Oxford, que funciona en gran parte en conventos medievales preservados como si estuvieran congelados en el tiempo. Y en esa atmósfera, a pocos pasos de la famosa Divinity School de Oxford, construida a mediados del siglo XV, está la Oxford Martin School, un centro de investigaciones futuristas fundado en 2005 para que todos los profesores de Oxford pudieran realizar estudios que ayuden a mejorar el mundo a largo plazo

Oxford.- Mi primera escala cuando empecé a escribir este libro fue la Universidad de Oxford, donde entrevisté a Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, los dos investigadores de la Oxford Martin School que en 2013 prendieron una alarma a escala mundial cuando publicaron un estudio pronosticando que 47% de los empleos podría desaparecer en los próximos 15 o 20 años por la automatización. El estudio cayó como una bomba en el mundo académico y económico no tanto por su tesis, sino porque los dos investigadores habían acompañado su trabajo con un ranking de 702 ocupaciones y sus respectivas posibilidades de ser eliminadas en las próximas dos décadas. Era la primera vez en tiempos recientes que un trabajo académico cuantificaba el peligro de desaparición de cientos de empleos específicos, y su difusión hizo que muchos de quienes trabajamos en oficinas —abogados, contadores, médicos, banqueros, ejecutivos de empresas, periodistas, entre otros— descubriéramos que nuestros empleos corren el riesgo de desaparecer, total o parcialmente, en los siguientes años. El estudio de Frey y Osborne coincidió con varias noticias que auguraban una nueva revolución de la robótica y la inteligencia artificial que eliminaría decenas de millones de empleos de todo tipo. Casi al mismo tiempo, Google anunciaba que había comprado ocho compañías de robótica, incluida Boston Dynamics, la empresa de robots para uso militar como los monstruos metálicos Big Dog y Cheetah. Estas compras constituían “el mayor indicio hasta ahora de que Google intenta crear una nueva clase de sistemas autónomos [robots] que podrían hacer de todo, desde trabajos de carga hasta la entrega de paquetes y el cuidado de ancianos”, decía la noticia de The New York Times.1 Y, con pocas semanas de diferencia, la empresa consultora global McKinsey publicaba un extenso informe titulado Disrupción tecnológica, en el cual advertía que las nuevas tecnologías dejarían sin trabajo no sólo a millones de trabajadores manufactureros, sino también a entre 110 y 140 millones de oficinistas y profesionales para el año 2025.2 De pronto, muchos comenzaron a preguntarse: ¿estamos yendo hacia un mundo de desempleados? De ahí en adelante, los titulares se tornaron cada vez más dramáticos. “Forrester pronostica que la automatización impulsada por la inteligencia artificial eliminará 9% de los empleos en Estados Unidos en 2018”, decía un titular de la revista Forbes. “La automatización podría desaparecer 73 millones de empleos estadounidenses para 2030”, afirmaba otro titular del diario USA Today. “Los robots destruirán nuestros trabajos y no estamos preparados para ello”, auguraba el periódico británico The Guardian. FREY: UN ESCÉPTICO DEL TECNOOPTIMISMO Lo primero que me llamó la atención cuando llegué a Oxford, una ciudad universitaria a una hora de viaje en tren desde Londres, fue la disparidad entre las investigaciones futurísticas de Frey y Osborne, y el entorno medieval en el que las estaban llevando a cabo. Oxford es una ciudad de monasterios del siglo XII que se salvó de ser destruida en la Segunda Guerra Mundial porque Adolph Hitler quería convertirla en la capital británica si ganaba la guerra y había ordenado a su fuerza aérea no bombardearla. En el siglo XIV muchos de sus monasterios ya se habían convertido en universidades. Actualmente la ciudad cuenta con 38 instituciones de educación superior, vinculadas mediante una especie de federación académica llamada Universidad de Oxford, que funciona en gran parte en conventos medievales preservados como si estuvieran congelados en el tiempo. Y en esa atmósfera, a pocos pasos de la famosa Divinity School de Oxford, construida a mediados del siglo XV, está la Oxford Martin School, un centro de investigaciones futuristas fundado en 2005 para que todos los profesores de Oxford pudieran realizar estudios que ayuden a mejorar el mundo a largo plazo