Capitulación de Tenochtitlan.

Capitulación de Tenochtitlan.

Hernán Cortes

Tercera Carta de Relación a Don Carlos V Rey de España

Siendo ya de día hice apercibir toda la gente y llevar los tiros gruesos, y el día antes había

mandado á Pedro de Alvarado que me esperase en la plaza del mercado, y no diese combate

fasta que yo llegase; y estando ya todos juntos y los bergantines apercibidos todos por detrás

de las casas del agua, donde estaban los enemigos, mandé que en oyendo soltar una escopeta,

que entrasen por una poca parte que estaba por ganar, y echasen á los enemigos á la agua

hacia donde los bergantines habían de estar á punto; y aviseles [les pedí] mucho que mirasen

por Guatimucin (Cuauhtemoctzin) , y trabajasen de lo tomar á vida, porque en aquel punto

cesaría la guerra.

E yo me subí encima de una azotea, y antes del combate hablé con algunos de aquellos

principales de la ciudad, que conocía, y les dije qué era la causa por que su señor no quería

venir; que, pues se veían en tanto extremo, que no diesen causa á que todos pereciesen, y que

lo llamasen y no hubiesen ningún temor; y dos de aquellos principales pareció que lo iban á

llamar. E donde á poco volvió con ellos uno de los más principales de todos aquellos, que se

llamaba Ciguacoacin [Cihuacóatl], y era el capitán y gobernador de todos ellos, é por su

consejo se seguían todas las cosas de la guerra; y yo le mostré buena voluntad, porque se

asegurase y no tuviese temor; y al fin me dijo que en ninguna manera el señor venia ante mí,

y antes quería por allá morir, y que a él pesaba mucho de esto; que hiciese yo lo que quisiese.

Y como vi en esto su determinación, yo le dije que se volviese á los suyos, y que él y ellos

se aparejasen, porque los quería combatir y acabar de matar; y así, se fue. Y como en estos

conciertos se pasaron más de cinco horas, y los de la ciudad estaban todos encima de los

muertos, y otros en el agua, y otros andaban nadando, y otros ahogándose en aquel lago donde

estaban las canoas, que era grande, era tanta la pena que tenían, que no bastaba juicio á pensar

cómo lo podían sufrir; y no hacían sino salirse infinito número de hombres y mujeres y niños

hacia nosotros.

Y por darse priesa al salir, unos á otros se echaban al agua, y se ahogaban entre aquella

multitud de muertos; que, según pareció, del agua salada que bebían, y del hambre y mal

olor, había dado tanta mortandad en ellos, que murieron más de cincuenta mil ánimas. Los

cuerpos de las cuales, porque nosotros no alcanzásemos su necesidad, ni los echaban al agua,


porque los bergantines no topasen con ellos, ni los echaban fuera de su conversación, porque

nosotros por la ciudad no lo viésemos; y salí por aquellas calles en que estaban: hallábamos

los montones de los muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies;

y como la gente de la ciudad se salía á nosotros, yo había proveído que por todas las calles

estuviesen españoles para estorbar que nuestros amigos no matasen á aquellos tristes que

salían, que eran sin cuento. Y también dije á todos los capitanes de nuestros amigos que en

ninguna manera consintiesen matar á los que salían; y no se pudo tanto estorbar, como eran

tantos, que aquel día no mataron y sacrificaron más de quince mil ánimas; y en esto todavía

los principales y gente de “de guerra de la ciudad se estaban arrinconados y en algunas

azoteas y casas en el agua, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa, porque no

viésemos su perdición y su flaqueza muy á la clara. Viendo que se venia la tarde y que no se

querían dar, fice asentar los dos tiros gruesos hacia ellos para ver si se darían, porque más

daño recibieran en dar licencia á nuestros amigos que les entraran, que no de los tiros, los

cuales hicieron algún daño. Y, como tampoco esto aprovechaba, mandé soltar la escopeta, y

en soltándola, luego fue tomado aquel rincón que tenían, y echados al agua los que en él

estaban: otros que quedaban sin pelear se rindieron, é los bergantines entraron de golpe por

aquel lago, y rompieron por medio de la flota de canoas y la gente de guerra que en ellas

estaba ya no osaban pelear; y plugo á Dios que un capitán de un bergantín, que se dice García

Olguín, “llegó en pos de una canoa, en la cual le pareció que iba gente de manera; y como

llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín, y estaba encarando en los de la canoa,

hiciéronle señal que estaba allí el señor, que no tirasen, y saltaron de presto y prendiéronle á

él y á aquel Guautimoucin (1), y á aquel señor de Tacuba, y á otros principales que con él

estaban; y luego el dicho capitán García Olguín me trujo allí á la azotea donde estaba, que

era junto al lago, al señor de la ciudad y á los otros principales presos; el cual, como le fice

sentar, no mostrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había

hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse á sí y á los suyos hasta venir en

aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo

tenia, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase.

E yo le animé, y le dije que no tuviese temor ninguno; y así, preso este señor, luego

en ese punto cesó la guerra, á la cual plugo á Dios nuestro Señor dar conclusión martes, día

de San Hipólito, que fueron 13 de Agosto de 1521 años. De manera que desde el día que se


puso cerco á la ciudad, que fue á 30 de Mayo del dicho año, hasta que se ganó, pasaron

setenta y cinco días; en los cuales vuestra “majestad verá los trabajos, peligros y desventuras

que estos sus vasallos padecieron , en los cuales mostraron tanto sus personas, que las obras

dan buen testimonio dello.

Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco ninguno se pasó que no se tuviese

combate con los de la ciudad, poco o mucho. Aquel día de la prisión de Guautimucin y toma

de la ciudad, después de haber recogido el despojo que se pudo haber, nos fuimos al real,

dando gracias á nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada victoria como nos había

dado.


Firmada en Coyoacán, el 15 de mayo de 1522,

Publicada en Sevilla por Jacobo Cromberger

el 30 de marzo de 1523.