Los capítulos 5 y 6 del texto de McWilliams abordan en profundidad la importancia de los procesos defensivos en la evaluación del nivel y tipo de personalidad. McWilliams considera las defensas como modalidades de funcionamiento psíquico que pueden desempeñar funciones defensivas, pero no necesariamente. Destaca que estas defensas son modos globales, inevitables y adaptativos de experimentar el mundo, y resalta que cada defensa tiene orígenes normales que pueden tener funciones tanto adaptativas como desadaptativas.
Según McWilliams, existen dos tipos de defensas: primarias y secundarias. Las defensas primarias son más inmaduras y reflejan la percepción del mundo en la fase preverbal del desarrollo. Se caracterizan por la falta de apreciación de la realidad y la constancia del entorno. Estas defensas incluyen una pérdida de límites entre el yo y el mundo externo, afectando a todos los aspectos de la persona. Por otro lado, las defensas secundarias son más maduras y se ocupan de los límites internos, operando de manera más específica en términos de pensamiento, sentimiento y conducta.
El uso de diferentes modalidades defensivas depende de cuatro factores: el temperamento constitucional, la naturaleza del estrés en la infancia, las defensas modeladas por figuras significativas, y las consecuencias de usar un tipo particular de defensa. La ausencia de defensas maduras puede caracterizar estructuras de personalidad límite o psicótica, mientras que la rigidez en el uso de defensas puede reflejar una menor salud mental.
Entre los procesos defensivos primarios se encuentra la retirada extrema, que un bebé puede manifestar para evadirse de un adulto invasivo. Esta defensa interfiere con la participación activa en problemas interpersonales, y aunque puede parecer un escape de la realidad, requiere poco distorsión de la misma. La negación es otra defensa que se inicia en la infancia y puede tener consecuencias negativas; su forma patológica se observa en casos como la negación maníaca.
El control omnipotente suele desarrollarse en la infancia, estructurando la personalidad en torno a la búsqueda de esta sensación. El proceso de idealización y devaluación extrema se origina en la necesidad infantil de depender de figuras parentales. Esta dinámica puede observarse en la vida adulta como un patrón de comparación constante, característico de personalidades narcisistas.
Los procesos defensivos secundarios incluyen la represión, que aleja de la conciencia experiencias, afectos o fantasías perturbadoras. Aunque es un mecanismo adaptativo, puede volverse problemático cuando interfiere con aspectos más positivos de la vida. La regresión es otro proceso conocido que refleja una tendencia a retroceder a modos anteriores de comportamiento bajo estrés, mostrando la no linealidad del progreso en la terapia.
El aislamiento afectivo desconecta el componente emocional de las experiencias, permitiendo a las personas lidiar con situaciones estresantes de manera eficaz. La intelectualización, por su parte, implica manejar la sobrecarga emocional a través del pensamiento racional. Ambas defensas tienen valor adaptativo, pero pueden volverse problemáticas si se utilizan en exceso.
Otras defensas incluyen la formación reactiva, que transforma emociones negativas en positivas, y la compartimentalización, que permite mantener ideas conflictivas sin reconocer su contradicción. Estos mecanismos son cruciales para entender las funciones adaptativas y disfuncionales de las defensas en la vida cotidiana y el contexto terapéutico.
McWilliams enfatiza la importancia de entender las defensas no solo en términos de patología, sino también desde una perspectiva funcional que incluye la creatividad y el potencial humano. Este enfoque integrador busca valorar la complejidad de las personalidades y sus manifestaciones en el contexto clínico, subrayando la necesidad de un diagnóstico diferencial claro y adaptativo en la terapia.